viernes, 21 de noviembre de 2008

Esa tortura semanal del supermercado

Quien inventó que los grandes supermercados estuvieran lejos de la ciudad, evidentemente no tuvo en cuenta a las mujeres solas y sin auto.
La verdad es que lo que antes de separarme era una tarea más de la vida, hoy por hoy se ha vuelto una tortura difícil de explicar sin haber pasado por ella.
En primer lugar, no tengo un supermercado cerca. El más cercano es un almacén de barrio con góndolas, en el que toda mercadería está a punto de claudicar o tiene gusto uniforme a jabón en polvo, vaya a saber por qué extraña razón de los depósitos. Pertenece a una cadena local, por lo tanto no podemos echar la culpa a Corea ni a ningún país asiático del exótico sabor a un producto higiénico sin definir que adquieren los comestibles. Digamos que para zafar o comprar enlatados, está bien, pero si uno cree que va a sobrevivir mucho tiempo con una alimentación a base de latas de ensalada jardinera, no va a llegar muy lejos.
A diez cuadras hay un Carrefour. Creo que los dueños y por propiedad transitiva, los gerentes locales de Carrefour creen que pisar ese supermercado es como ingresar a una embajada: todo está a precio francés. La verdad no lo frecuento mucho, porque cada vez que voy y me doy cuenta que a una papa cepillada ellos la llaman con un estrafalario nombre en otro idioma y la cobran en libras esterlinas, me doy cuenta que no está a mi nivel. Además, la vuelta del Carrefour hasta mi casa es un calvario de diez cuadras de subida y si no porto un cargamento de bolsas de nylon que te dejan los dedos moreteados, arrastro un carrito de compras que es la vergüenza de la gente que me conoce (yo no siento vergüenza de mi carrito, ya lo dije en otro post). Nunca voy a descubrir por qué, pero en este supermercado jamás encontrás un taxi cuando salís a la calle. Podés esperar tres horas, lo más factible es que se te derrita la manteca que compraste y hasta es más común que la calabaza que adquiriste en la verdulería se transforme en el carruaje de cenicienta y desciendan de él tres ratones convertidos en lacayos, que tengas la suerte de encontrar un medio de transporte a tu medida. Yo he regresado a mi casa en las camionetas más destartaladas y en los autos más truchos que alguien pueda imaginar, a riesgo de contraer tétanos o ser asaltada por un fugado de la penitenciaria, pero tampoco se puede una quedar esperando para siempre que apareza un auto amarillo y negro en el horizonte, te volvés como podés.
Los almacenes no compiten. Hay un mercadito divino en la otra cuadra, pero la señora que atiende es más amarga que la radicheta que vende, y además es un lugar de reunión barrial que detesto.
Por lo tanto, mis expectativas siguen bajando.
Antes buscaba un hombre cool, con gustos intelectuales parecidos a los míos.
Después me enamoré de cultos periodistas que rozaban a diario la posibilidad de convertirse en el border line que todos llevamos dentro.
Por último pretendí un técnico con caja de herramientas en mi destino.
Ahora sólo busco a alguien que me ayude a traer hasta mi casa las bolsas del supermercado. Sé que tendré problemas, vivo en un primer piso y hay que subir una escalera. El que avisa no traiciona.

2 comentarios:

Ari dijo...

Debería existir un supermercado que tuviese sus propios taxis para llevar clientes y que los choferes fueran hombres al estilo stripper que cargaran las bolsas en el baul sin camisa. Un supermercado asi nos haria feliz a cada una de las muejres porque somos capaces de pagar lo que sea por servicios(llamemosle asi).

Muy buen blog. Saludo!

La vida te despeina dijo...

Definitivamente, probá con la vieja amarga, después de todo quién quiere hacer sociales cuando va a comprar algo. Mejor en ese lugar, aunque sea de reunión de vecinos, que hacer mil cuadras y pagar de MÁS en un supermercado chupasangre.