Dicen que las mujeres de piscis somos doce distintas a la vez. No me cabe la menor duda de que la frase es real y no pienso justificar por qué me remito al zodiaco para encabezar esta declaración.
Lo cierto es que entre la docena de distintas féminas por las que estoy conformada (una monstruosa los días previos a menstruar, una bastante desubicada para opinar y una en la edad del pavo para divertirme, entre otras) Está lapelotuda que habita en mi.
Lapelotuda es simplemente, una débil mental que desconoce el vocablo “no” y actúa “tracción a culpa” como principal combustible para movilizar sus acciones. Un ser que tiene desconectado el cable entre lo que tiene ganas de hacer y lo que finalmente termina haciendo.
Cuando estoy frente a un desafío, por ejemplo, decir que no quiero encarar un negocio o que me parece que me están cagando pidiéndome que haga un laburo de más, muchas veces Lapelotuda me traiciona, y mientras yo piso el freno y detengo el motor para no ir a dar directo al corazón del pantano, Lapelotuda aprieta el acelerador y ambas terminamos con el barro hasta la cintura, y cada vez que intentamos movernos para salir, terminamos más y más hundidas.
Lapelotuda me ha hecho estampar la firma en papeles absolutamente comprometedores, como el del acta de matrimonio y cientos de escrituras de las que no sé por qué termino siendo parte.
También me ha embarcado en empresas inciertas, a las que no me animo a negarme de participar, aunque una vez que estoy adentro, quisiera colgarme de la cadena del baño por haber aceptado.
Gracias a lapelotuda he concurrido a lugares sin ganas, compartido veladas con gente indeseable, escuchado peroratas interminables, departido con sujetos inexplicables, trabajado sin cobrar, hecho horas extras por amor al arte, dormido fuera de mi casa, aceptado caprichos, requerimientos y solicitudes exóticas de mi madre, tomado el té con ex suegras dignas de un manual de Freud y encarado situaciones que, pensándolas sin lapelotuda en el medio, hubiese sido verdaderamente imposible que salieran bien.
Lapelouta me guió a ponerme un vestido de casamiento dentro del cual parecía un
merengue gigante, me encaminó a regresar a la casa de mi ex jefe y amante cada vez que él quería verme y a tomarme taxis a horas ridículas cuando él lo decidía, y lapelotuda, que tenía ganas de putearlo hasta en esperanto, le respondía sólo con construcciones indoloras del tipo“Puede ser, no me pasa nada, hasta luego”
Pero ya es hora de que se deje de interponer en el normal desarrollo de mi existencia.
Es tiempo de amordazarla y ocultarla en la baulera.
No la puedo matar, porque ya es parte del staff, pero sí puedo hacerla callar para siempre, cortarle las cuerdas vocales y que nunca más decida por mi.
Lapelotuda ya me metió en suficientes quilombos, ahora me toca a mi complicarle un poco la vida.