sábado, 26 de julio de 2008

Qué bonita vecindad...


Si hay personas con las cuáles nunca coincidí en ningún aspecto, esas personas son los vecinos.

En verdad, siempre fui antisociable por antonomasia,pero a los vecinos les guardo un disgusto particular. Quizás porque saben demasiados secretos domésticos, como la cantidad de veces por semana que tiendo medias y bombachas y la calidad de las mismas, ó quizás me moleste esa proximidad premeditada y nunca requerida, o la voracidad con la que se adueñan de los secretos de uno sin que sepamos por donde se filtran.... no sé bien qué, pero siempre he detestado a los vecinos.

De todas maneras, a quien más aborrezco es a Susana y a su perra caniche minitoy. Qué seres parecidos y deleznables. Mi perra ovejero alemán casi se come al canichito endemoniado y yo no se lo permití... cuánto me arrepiento ahora, cuando la escucho taladrarme el cerebro con esos ladriditos infames.

De todas maneras, algunos de ellos son dignos de recordar... muchos ya no están y por hincha pelotas, amargos o excéntricos, deberían permanecer en esta galería de personajes estrambóticos:

Don Álvarez y su pierna ortopédica (a la que yo cariñosamente llamaba "la pata de palo")

Mercedes, solterona por excelencia, siempre con la boca pintada de un rojo furioso y acompañada por sus dos sabuesos de batalla: Laica y Perlita (perlita era una horrible cruza entre rata, chiguaga y murciélago pseudo rabioso)

los hermanos Való o Baló, o vaya a saber uno como se escribía ese apellido, tres hermanos solterones que tuvieron un AMI 8 guardado en un garage durante unos cuarenta años.

Haydé y don Rubén, una pareja algo desquiciada, ella era una señora bastante particular: hacía regalos y luego se las ingeniaba para que el agasajado se los devolviera, de una u otra forma. Mientras que él no estaba dotado de un carácter muy amigable que digamos. De vez en cuando practicaba puching ball con su esposa. De todas maneras, nada fuera de lo común para las rarezas del barrio.

En ese entorno, mi familia brillaba entre las normalidades de la cuadra, aunque luego perdimos la línea y fuimos destronados por gente más paqueta.

y quizás yo, por haber convivido con tanto vecino fuera de lo común, fue desarrollando un odio acérrimo a la multitud -que para mi resulta de la coincidencia en un mismo espacio físico de tres o cuatro personas con las cuales no tengo idea de cómo sobrellevar una conversación por más de siete minutos- y así continuaré hasta el día en el que ya no me haga falta relacionarme más con nadie... estaré muerta o perdida en las tierras del alzahimer, pero ya no tendré que intercambiar vocablos con la humanidad. ¿Será esa la felicidad?

1 comentario:

Facundo dijo...

Jaja muy buenos posts, saludos.