sábado, 31 de diciembre de 2011

Te absuelvo, 2011


No quiero ser injusta con vos, 2011. La verdad es que empezaste como el culo y continuaste peor.
Durante tu lento transcurso por mi vida,
Me separé, me desilusioné, renuncié, cambié, acepté, adelgacé, me emborraché, vomité, me enrosqué con gente que no valía la pena, perdí energía, me arrastré al gimnasio nadando en depresión, lloré como pa’ llenar un río, me salieron algunas arrugas nuevas, no dormí muchas, muchas noches.

Pero, también me animé, desperté, crecí, cambié, encontré, agradecí, me enrosqué con gente que sí valía mucho la pena, vi a Silvio en vivo, y me enamoré.
Digamos, 2011, no nos debemos nada. Hemos salido 50 y 50.

Empezaste como el culo, es verdad.
Pero al fin, rendiste todas las asignaturas pendientes y te promoviste al curso inmediatamente superior.

Por eso, si el mundo se decide a terminar en el 2012, lo bien que hace, estamos mano a mano

Salute a todos los que dejé por el camino, ¡buona fortuna!,espero no encontrármelos jamás! y a los que vinieron, bienvenidos, por algo están en mi vida...
Están invitados a tomar el té con Alicia.
Feliz 2012 para todos

miércoles, 19 de octubre de 2011

La caja de herramientas


Jodeme con lo que quieras. Mentirme con cuestiones convencionales no es el problema.
Quien no le dijo a otro “te amo” y después se arrepintió?. Infinidad de veces ha sucedido en la historia de la humanidad, y no ha habido tantas víctimas al respecto.
Confuso, erróneo, muy perdido, puede estar cualquiera.
Yo misma he equivocado el norte tantas veces que no podría reprochárselo a nadie en este planeta.
Extraviarse en un mar de sujetos y predicados es común entre gente que se comunica demasiado.
Pero
Hay algo, algo sagrado, algo con lo que no sé si podré lidiar.
No me mientas con la caja de herramientas.
No me hieras el alma de esa forma.
No me digas esa frase que siempre desee escuchar, desde que hago uso de algún centímetro de razón.
“Yo voy a tu casita, llevo mi caja de herramientas y te arreglo todo lo que esté mal”.
No puedo superar esa mentira.
Me hubiera enamorado de cualquier sujeto que pronunciara esa frase.
De un oompa loompa.
Del hijo de Frankestein y Flavia Miller.
De la cruza entre un gremlin y el enanito de Amelie.
Del hombre elefante.
Cualquier ser viviente que me dijera “dejá yo te lo soluciono”, me hubiera ilusionado como Benicio Del Toro en el papel de El Che.
Matame cualquier ilusión, hasta la más incandescente de todas.
Pero con la caja de herramientas no te metas.
La caja de herramientas no se mancha.
Voy a tener que ir dos años más a terapia para borrar con el codo esa afirmación trunca.
O en su defecto, hacer un curso de plomería y convertirme en electricista para no volver a soñar con un príncipe consorte con habilidades manuales.
Por el momento, me dedicaré a esperar al técnico, y a pensar algunos artilugios para que me haga un descuento en la paga

domingo, 28 de agosto de 2011

Eutanasia


Vengo de matarte. Tanto tiempo dando vueltas, agonizando. Me dio no se qué. Alguien debía darte el golpe de gracia. No te confundas: fue por tu bien. Era cuestión de sacarte los cables que te unían a la vida, esos alfileres mecánicos con los que había decidido retenerte.
Era egoísta de mi parte. Era egoísta.
No podía abrigar una esperanza ante el parte médico de un desahuciado. Alguien tenía que hacerlo.
Por supuesto, lo hice yo.
Vos siempre tan cobarde. Ni siquiera me lo pediste.
Las decisiones que nadie quiere tomar, son como esas escaleras enclenques. Tarde o temprano, alguien tiene que desandar sus peldaños, aunque toda la estructura parezca venirse abajo.
Si morir en este caso era apenas un trámite.
Un suspiro entre dos compases.
30 segundos de dolor por una liberación infinita.
Ahora nadie va a culparme.
Quien va a reclamar. A nadie le importa. Te lo dije: era un trámite.
Y sabés como son estas cosas, si alguien se ofrece a concretar un engorro de estos, los demás cumplen con mirar distraídamente hacia fuera. Y no cuestionan quien apagó las máquinas. Solo disfrutan de esa libertad ganada en una feria. Porque nadie, nadie más que yo, movió un dedo para conseguirla.
Eso si: no me voy a tomar el trabajo de sepultarte. No me importás más.
Podés descomponerte a flor de cielo.
Podés esperar ahí a que te venga a buscar el 911.
Podés disolverte, desvanecerte, evaporarte.
No sé cómo volverás a la tierra.
Yo ya hice mi trabajo.
Ya estas formando parte del viento que se lleva lo que no tiene raíces.
Y en lugar de enterrar tu cuerpo,
Tengo que ocuparme de desenterrar el mío.

sábado, 13 de agosto de 2011

El Lilito (No sé de que se trata, pero me opongo)


Hoy quiero referirme al crítico compulsivo de las acciones de los otros. Ese puñado de sobras intelectuales, que a falta de logros propios, defenestra sistemáticamente los ajenos.
Los llamaré cariñosamente, “El Lilito”. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
El lilito es el típico ratón de biblioteca, que pasada cierta edad, quiere seducir desde el intelecto, pero sin moverse del living de su casa o de la comodidad de su escritorio.
Habla de construir un mundo diferente, pero no piensa aportar un adobe.
Se refiere con una impunidad extrema a los errores de los demás, cuando jamás a realizado una acción, al menos mínima, para modificar todo eso que piensa un espanto y un absurdo.
El lilito, es lisa y llanamente, un fraude. Sus actos creativos son parasitarios. Tiene poca capacidad de autocrítica. A veces utiliza algunos ardides para ocultar lo que realmente piensa: él es un talento al que nadie ha descubierto. La sociedad lo rechaza. El mundo está en su contra. Por eso, se sienta pasivamente a insultarlo.
Es autor de una revolución que piensa concretar desde alguna red social, como twitter o facebook. Será una revolución de manual. Tan efectiva como las utopías fundamentalistas. Tan ezquizoides como los golpes de efecto de los ultra algo. Cuando algo es demasiado ultra termina convirtiéndose en cenizas.
En realidad, lo ultra – ultra, esconde la absoluta inoperancia. Está pensado y apunta a fracasar.
Pobre Lilito. Afecto a la queja crónica. A ese lamento macerado en desidia del que arrastra y no concreta. En verdad, estos seres tienen una ventaja: enfermarán de algún mal que los mantendrá años y años, con vida. No mueren fácilmente. No se desintegran en el aire de un ataque al corazón, ni los achicharra un ACV fulminante. No, no. Son propensos a debilitarse, a marchitarse, a deshidratarse, a autofagocitarse. Pero no son presa de una muerte súbita. Más bien, desaparecen con el tiempo y el olvido, se apagan. Eso porque la gente se acostumbra a su cantinela permanente, tanto y tanto, que un día, ya no se escucha más. Su penar se vuelve parte del paisaje, se diluye entre los ruidos cotidianos, como las bocinas de los autos y el grito del diariero.
Un día, ya nadie se acuerda de ellos, pues sus planteos son tan vacuos como las investigaciones de cierta señora rubicunda de la política.
El lilito ha muerto. Larga vida al lilito. Da lo mismo porque el lilito siempre fue una entelequia imaginada por sus propio, monocorde e interminable lamento.

lunes, 6 de junio de 2011

El periodismo que me parió


Yo no nací una vez. Esa vez de mediados de los 70’ cuando el país estaba pre convulsionando. Cuando había un dolor en ciernes fustigando a los vivos con el aliento helado de los muertos.
Yo no nací sólo esa vez, ese mediodía de febrero, irrumpiendo entre hermanos mayores con la decisión de los recién llegados.
Yo nací también cuando me hice periodista. Y digo así “me hice” porque el periodismo es eso. Es como hacer pan, como arreglar zapatos, como fabricar collares, como cincelar un bloque de mármol.
El periodismo es la calle, los desvelos de las redacciones, los a último momento, las esperas inciertas, las pilas agotadas, las notas al margen, los off the record, las discusiones de café, las segundas versiones de las primeras palabras.
Yo nací del periodismo también. Y aprendí a odiarlo y a quererlo, como un pariente ingrato, como un amor efímero, como a un amigo ausente.
Aprendí a amarlo cuando fue capaz de darme algo nuevo cada día de mi vida, desde hace 6 años. Cuando me mostró el dolor, la lucha, el cansancio, el hastío, la mentira, la alegría de la gente.
Lo amé cuando me enseñó que la realidad, lo que nosotros llamamos realidad (la vida) tiene un pulso. Se lo aprendí a tomar. Y también tiene una cadencia. Se la aprendí a escuchar.
Lo amé en la gente de la que aprendí.
Lo amé cuando entendí que era útil para mostrar la mentira, cuando supe que se podía desenmascarar al culpable.
Lo odié cuando me di cuenta que muchas veces, se vendía al mejor postor.
Lo odié cuando descubrí que tenía un precio, un código de barras que podría pasar por cualquier caja del supermercado.
Lo odié cuando me engañó.
Cuando me demostró que se acostaba con cualquiera.
Cuando lo vi desde afuera, desde los ojos de los que se iban porque él mismo no tenía argumentos para retenerlos.
Sí, también lo odié.
Ahora, lo acepto. Sé que se prostituye, que se agranda, que se agita sin motivo, sé que muchas veces no tiene cómo explicar por qué hace lo que hace y no va al frente cuando esperamos que de la cara y por qué se deja invocar en vano, desde tantas lenguas muertas y bocas sucias.
Lo acepto porque el periodismo también me parió.
Y con su nómina de impresentables,
Y con su condición desalmada,
Y con su tristeza de edición del domingo desechada,
Y con su melancolía de cronista solitario,
Lo acepto. Dejo que vuelva a echar luz en mi existencia.
Que fecunde mis papeles y me obligue a abrir un diccionario, a buscar sinónimos, a comprender que las personas necesitan una voz y unas palabras cuando no las tienen, y para eso, y por eso, toda la ingratitud por la que renegué de pertenecer a sus selectos círculos de intelectuales abandonados por la suerte, a medio camino entre escritores ignotos y escribas de pacotilla, se convirtió hoy en agradecimiento.
Por haberme parido y por no hacerlo en vano.
Feliz día del periodista.

domingo, 22 de mayo de 2011

Adoptando a un payaso

Lo que describiré a continuación, es una situación de la pura vida real. Se trata de una conversación entre un payaso malabarista un poco alcoholizado y yo, hace tres días en la esquina de un supermercado. La aclaración vale porque yo venía de una semana en la que había navegado amargamente en un estado de angustia tan grande como un big mac doble carne, doble queso. Mi heladera se había convertido en un claro reflejo de ese estado de decadencia emocional: un páramo. Por lo tanto, decidí hacer de tripas corazón y entrar en el palacete mayor de la sociedad de consumo: el supermercado. Ese lugar en el que apenas te tomás de un carro, todos tus problemas parecen diluirse en un mar de envases de colores… para volver a corporizarse juntos, al mismo tiempo, al llegar a la caja.
En fin, después de un par de yogures, crema para las manos y una juguera de plástico totalmente inservible, emergí airosa de la situación. Puse primera y salí de allí con un ramillete de bolsas en cada mano. Ya la angustia fast food había vuelto a acomodarse en su lugar, en el esternón, donde la sentimos generalmente los mortales.
Al llegar a la esquina, rumbo a la parada del colectivo, el semáforo en verde me obligó a detener la marcha de las bolsas. Fue allí donde sucedió la escena, que de haber sido en Manhattan, hubiera pensado que Woody Allen la estaba dirigiendo, oculto detrás de un árbol.
Un payaso malabarista envuelto en una nube etílica prominente, me interceptó haciendo un juego con sus pelotitas de colores.
- ¿No me querés adoptar? (me dice, decidido a traerme sus papeles filiatorios)
- No, querido. Yo necesito alguien que me adopte a mi. (respondo dándome cuenta que le estaba contando parte de mi vida al payaso)
- Yo te adopto (contesta él, mientras el semáforo amenazaba con cambiar de color)
- Si me adoptás me tenés que mantener. (le digo, evaluando la propuesta)
- Si, no hay problema, yo te mantengo (dice, blandiendo sus pelotitas de colores, única fuente de ingresos del posible grupo familiar que formaríamos)
- Pero con esto no nos mantenemos los dos (le digo, ya poniendo una cuota de realidad a la conversación)
- Si, si, yo me hago cargo de los tres (dice él, cada vez más convencido de la empresa que estaba por encarar)
En ese momento, la charla terminó. El semáforo en rojo lo obligó a desplegar su talento de mantener las pelotitas en movimiento y al mismo tiempo, intentar que los autos no se desaparecieran sin dejarle una colaboración.
Yo me alejé llevando conmigo la angustia, las bolsas con los yogures y una duda que me carcome la cabeza hasta el día de hoy. ¿Quiénes seríamos “los tres” de los que mi príncipe consorte de nariz colorada habrá querido hacerse cargo?

Aclaración: la imagen es solo ilustrativa. El de la foto no es mi candidato real.

viernes, 6 de mayo de 2011

Tobias



Este es mi sobrino Tobías. Es el de la foto, ese mismo. Mal que me pese, tiene una mirada muy triste. Su vida no ha sido fácil. A los adultos, ocultar la pena les genera arrugas. Acritud de carácter. Estrés. Idas y venidas al psiquiatra. Empastillamientos. Alcoholización de la angustia. Ostracismo. Ataques de pánico. Compras compulsivas.
Para un niño, ocultar la pena es imposible. Es Tan difícil como intentar remontar un barrilete con una cuerda corta y sin una gota de viento.
Desde los cinco años, intenta remontar ese barrilete imposible en el que se le convirtió la vida. Nos pasaría a todos, no puede. El destino, ese libro a medio escribir, manchado de tinta, supurando anécdotas que no elegimos, nos pone muchas veces frente a un abismo. y nos pide que no saltemos, pero no nos da un mapa para buscar alternativas, ni siquiera encontramos miserables palitos para hacer un puente. Tobías, desde los cinco años, está profundamente dedicado a encontrar otro camino y no caer. Y no cae, no cae el pibe...
Su historia tiene algo de Borges. Tiene esa impronta de lo insoslayable, del mito indolente del eterno retorno. o de la eterna pérdida.
Es que Tobías es parte de una pérdida desde antes de nacer.
Su papá no tuvo papá. Se ilusionó con un hijo como quien se ilusiona con una respuesta que encontró y que inmediatamente, perdió jugando.
Ese temor de perder lo que creemos impostergablemente nuestro, cuando es demasiado profundo, se hace, por fin, realidad.
Como por arte de burla, mal chiste del destino, hueco en el cielo, como extraído por las garras de un sádico dios que escupió sus maldiciones ancestrales, el niño corrió la misma suerte que el padre.

Y desde entonces, no brilla, pero no cae.

Soporta tormentas que hasta para un pescador entrenado, serían demasiado bravas.
El Tobi tiene un alma vieja. Como lavada entre las piedras de un río. como repujada con un cincel.
El Tobi tiene nueve, nueve mil, nueve millones de años.
Quizás por eso, su empeño en no caer, en dedicarle un sueño a la patineta nueva, en desgajar una infancia un poco atormentada, me hace avergonzar de mis propias quejas. De esas dificultades con las que es obligación de un adulto lidiar.
Quizás porque está el Tobías en mi vida, creo que la gente es injusta con el dolor. El que realmente vale, es el que no encuentra respuestas y sin embargo, no cae.

viernes, 29 de abril de 2011

Feliz día a mi vieja Amparo


Hoy es tu día, vieja. La verdad, te debo varias y otras tantas vos me debés a mi.
Me debés, no sé si te acordás –no es reproche, son solo recuerdos compartidos- una mesa que te masticaste, un jarrón que de devoraste, un chal verde que me encantaba y te lo engulliste, mis velas perfumadas, que deglutiste un día de avaricia emocional, las idas al veterinario de noche porque a la señorita perra se le ocurría desgañitarse en cualquier horario, el chalequito de la operación –me diste más trabajo que una suegra- las inmensas montañas de pelo que tengo que sacar de mi casa dos veces por año y unos 5000 kilos de alimento para perras complicadas, que no comen otra cosa porque sino se enferman, la media sombra del pasillo que se hizo añicos el día que te creíste super héroe voladora, la vergüenza de haber querido asesinar a la caniche toy de al lado de mi casa, (te confieso que también me caía muy mal, pero no era para perforarle un pulmón tampoco). Todo eso me debés.
Y yo te debo. Te debo la compañía que me hiciste cuando tuve que rendir Epistemología en la facultad. Te acordás, vieja? No entendía nada. Lloraba a cada rato de terror de ir a hacer un papelón en esa mesa. Ya no sabía como sentarme para estudiar en la madrugada, con un frío que partía los huesos. Y vos te sentaste a los pies del escritorio, a velar semejante pesadilla, me mordiste las suelas de las zapatillas en señal de compañerismo animal. Me acuerdo cuando rendí, me fuiste a buscar en el dogde 1500 a la facultad, toda circunspecta, como sabiendo que habíamos triunfado.
Te debo haberme cuidado de noche, cada vez que me he sentido sola.
Te debo tu cara de feliz cumpleaños cuando llego a la casa, aunque no te de mucha bolilla, porque la verdad, sos muy hincha pelota, Amparo.
Te debo tu fidelidad,
Tu insistencia perruna en quedarte conmigo, cuando hemos roto relaciones varias veces,
Te debo, principalmente, ser mi pariente más cercana.
Te debo el respeto que los amigos veteranos se merecen.
Te prometo bancar tu respetable vejez, que me da una especie de melancólica ternura.
Vendrán otras mascotas a mi vida, quizás, pero vos me bancaste muchas crisis, y yo en eso, querida Amparo, soy más fiel que un perro. Feliz día, un banquete de dog chow adulto, del bueno, para mi más querida compañera.

sábado, 16 de abril de 2011

La especialista en problemas


Por si algunos no me conocen del todo, esta soy yo.
Mis señas particulares son: ojos que no ven, pero cuentan con una capacidad innata para ver cosas graciosas casi en todo lugar y en toda situación. Una lengua bastante afilada, aunque a veces debería coserla al paladar tanto para no comer como para mantenerla domesticada.
De la garganta para abajo, más o menos soy normal. En las caderas sonamos un poco. Los pies los tengo entrenados para escapar de situaciones peligrosas. No siempre responden a la perfección, pero lo intentan.
Sin embargo, hay algo que no he podido lograr desactivar en mi cabeza a los 36, y es esa capacidad innata para encontrar, adquirir, reservar y archivar problemas. Como los míos no suelen alcanzarme, y eso que hace algunos años los vengo afrontando solita, lo cual no sólo no es tarea fácil, sino que en ocasiones se vuelve una tarea tan dificultosa como escalar el Aconcagua en chinelas, asumo generalmente los de los otros. Es decir, cuando la situación, la persona, la actividad y tarea, se pone densa y complicada, ahí estoy yo, cual antológica antiheroína de manual, con una valijita portadora de antisoluciones, por supuesto. Ah, porque esa es otra de mis inigualables características: la afición a las causas perdidas. Si se viene complicando sin destino, no puede faltar mi presencia.
Ahí, quemando las naves, con menos respuestas que signos de pregunta. Ahí, firme como un soldado cuando la guerra terminó, sin claudicar. Pero sin saber tampoco qué esperar.
No tengo equipos de rescate, ni linterna en el celular tengo. Siempre en piyama, en el medio de la tormenta. Sin paraguas, ni botas de goma. Ahí, embarrada hasta las orejas.
Lo peor es que lo veo venir. Veo venir el conflicto, que ya me está encendiendo las luces en la cara, el camión de frente, a dos escasos metros y sigo ahí, estoica, y sin GPS. Nada de “recalculando”, de eso ni hablar.
Las advertencias no me funcionan.
Lo único que puedo llegar a recalcular son los minutos que faltan para meterme en otro enredo de esos que, aún con una paciencia de santos, tardaré años en desentrañar.

domingo, 10 de abril de 2011

Ultimátum


Te dejo porque elijo dejarte. Durante años me aferré a vos como a una tabla de salvación de la vida. Fuiste mi verdadero amor. Pero ahora, ya no te creo nada.
Nuestra relación, intensa, adictiva, compleja, corroída, apasionada, terminó. Se resquebrajó con cada engaño.
Me fuiste infiel, impúdicamente infiel.
Te fuiste con mis enemigos en público.
Me dejaste el corazón desarmado.
Me creí tus promesas de cambiar el mundo.
Me creí fuerte con vos al lado.
Supuse que ambos éramos parte de un ejército de justicieros.
Pero hiciste con mis ideales un paquete para tirarlos al río.
Ahora yo te abandono.
Ahora me voy a vengar de vos.
Olvidate de mi. No te creo nada. Voy a venderte, como vos me vendiste a mi.
Voy a ser cualquier cosa, escritora, poeta, aprendiz de clown, cocinera, martillera pública, hereje, mantis religiosa, prostituta, enfermera, médica de guardia, alquimista, relojera, aprendiz de mecánico, costurera, pianista, peluquera, arquitecta, psicoanalista, sexóloga, mártir, maestra jardinera, traductora de japonés, basurera municipal, tenista, portera, feminista. Pero nunca más voy a dejar que vos me mientas.
Nunca más voy a vivir de vos.
Me voy a jugar tu credibilidad al mejor postor, como vos hiciste con mis sueños.
Te detesto. No te voy a abrir nunca más la puerta.
Todas las oportunidades que te di para que te redimieras ya las perdiste. Ahora yo elijo vender en un remate lo que me queda de vos.
Todos esos cuadernos, sembrados de teléfonos que no voy a pasar nunca a ninguna agenda.
Las biromes.
Las cintas de mis grabadores viejos.
Todo.
No quiero tus huellas enfermas entre mis cosas. Tus promesas incumplidas. Te quiero lejos, muy lejos de mi, hasta que te dignes a dejar tu existencia promiscua, eso de acostarte con todo el mundo por dinero. Todo eso.
Hasta que no suceda, nuestra relación ya no va más.

domingo, 3 de abril de 2011

La Mancha


Te vas a quedar con tu lugar. Por eso dejaste hasta la última gota de tu transpirada obcecación. Te lo ganaste, te lo vas a quedar. Quieto ahí. Mientras todo se derrumba a tu alrededor.
Allí, mientras la inundación se va llevando tu sueño. con el agua hasta el cuello. Te vas a quedar, aferrándote con uñas y dientes al espejismo que tejiste. A la entelequia que forjaste.
Brindemos.
Sin embargo, no intentes quitarte la mancha de sangre. esa que se extiende por tu ropa, que ya hasta cubre tus papeles, los pisos, los cuadros, las ventanas, lo que te rodea. la mancha de sangre, como la marca en el orillo, no se te quitará jamás.
La sangre que derraman los sueños muertos, es más indeleble que el mejor de los tatuajes.
Ni las tintorerías
Ni los secretos milenarios de los chinos
Ni el desafío de la blancura del más blanco jabón de baja espuma
Ni una operación
Ni el producto de limpieza de última generación
Ni un pai umbanda
Ni todos los conjuros de los druidas
Nada te quitará la mancha.
Te la llevarás con vos, hasta que desaparezcas de esta tierra.
Es nuestro regalo. El que fabricamos para vos, debajo de la lluvia, con cincuenta grados de calor al rayo del sol. con el corazón contraído de desilusión. volviendo a casa desbordados de tristeza. con cada compañero al que abrazamos antes de partir. Con cada una de las cínicas palabras que salieron de tu boca.
Ese es el ADN de lo que perdimos
Es nuestra ofrenda y será, para siempre, la más incondicional de tus pesadillas.

martes, 8 de marzo de 2011

Soy tu fan


Hay una tendencia femenina que me preocupa, al menos entre las mujeres de mi generación que ya perdieron algunos estribos. Es esa manía irrefrenable de convertirse en la fan número uno del tipo con el que sale, intenta o intentó salir durante un buen tiempo sin conseguirlo.
Es cierto que cuando una se encuentra en ese menester de enamorarse, todas las insignificancias que se le ocurren al sujeto nos parecen dignas de salir en la tapa del New York Times.
Cocina como si el extinto Gato Dumas y Martiniano Molina hubieran engendrado un hijo con Narda Lepes, como conductor es la reencarnación de Ayrton Senna. Ningún orador se le asemeja, se ha forjado en el discurso oyendo cada noche a Alejandro Dolina: posee su finísimo humor y fue bendecido por el don de la palabra. Ni que hablar de cómo escribe. Casi como si hubiera crecido en el vestíbulo de Jorge Luis Borges y retozado en su biblioteca.
No podríamos describir su brillantez de pensamiento: casi un clon de Stphen Hawking. Tampoco podemos quejarnos por su belleza física, un adonis sentiría vergüenza y correría a esconderse detrás de un sauce. Hermoso, es hermoso.
En realidad, el sujeto más común que un vendedor de quiniela, un repartidor de pizza o un telemarketer. En verdad, lo único que hizo para parecerse a un gourmet fue comprarse una sartén de teflón, apenas tiene un Fiat 600 modelo ’74 y lo más poético que escribió en su vida fue el descargo para que le perdonaran una multa de tránsito.
Los prolegómenos al desquicio afectivo se van notando con pequeños gestos femeninos que de a poco, van cristalizando en una atontada personalidad, hasta convertirnos en una equivalente a las cazadoras de autógrafos de los famosos, pero lo que esperamos cazar es al menos un mensaje de texto del nabo que cree que cotiza e bolsa como un jugador de fútbol.
Y eso, muchacha de treinta y pico, te va, o mejor dicho “nos va” convirtiendo en presas más fáciles que la tabla del uno, nos va adormeciendo como una especie de monóxido de carbono afectivo. En otras oportunidades he criticado a los hombres, responsabilizándolos de todos sus inclasificables comportamientos que son muchos, pero la verdad es que el fanatismo pelotudo parece ser una marca registrada en la pareja cromosómica xx y no es prioridad única de la eterna enamoradiza novia, que cual Susanita moderna, sale a trabajar por ahora, pero sueña con casarse mañana y bordar pañuelitos hasta que se muera.
El comienzo de la tragedia tiene un único origen divino: la madre. Para ellas, aunque tengan un hijo que es un verdadero zoquete, le hacen creer, desde que es así de chiquito, que es el dios Apolo con coeficiente intelectual más elevado de lo normal, un CI de 126, ponele.
Les fomentaron la vagancia, festejaron que aprendiera a preparar puré de cajita, lo endosiaron cuando se dignó a levantar, sistemáticamente, la tabla del inodoro. En fin, esas cosas que te confunden en la vida.
Después, continúa siendo culpa de las chiquitas con las que ha salido. Desde que era un púber, y si no parece el hermano gemelo de Gollum, el pibe siempre recibe más de lo que da, es una fija. Pero tiene que ver, sobre todo, con una cuestión porcentual. En el mundo, hay más varones que mujeres, y por eso dos o tres niñitas acaloradas siempre se disputan a un chico, no hay nada qué hacer al respecto. La responsabilidad es compartida con la naturaleza. El reloj biológico manda. Las mujeres piensan que si no conocen al amor de su vida antes de los 35, su existencia está perdida. Envejecerán con el anhelo de pasar por alto un asilo estatal, como aspiración máxima. Y eso, chiquillas mías que se sienten identificadas con este post, también es culpa de sus, o más bien de nuestras mamás.
Cuántas de nosotras crecimos al calor de los cuentos que se horneaban en las cocinas maternas. “Capaerucita y el lobo”, un canto al feminicidio. “La cenicientita que pierde el zapatito y vuelve a ser una sirvienta llena de tierra hasta que un príncipe la encuentra y la salva, ¡él la salva! Y la encierra en un palacete al mejor estilo jaula de oro”, “Blancanieves, muerta por linda y velada por siete enanos depravados. También salvada por un príncipe. Y la otra, Aurora, la bella durmiente. Una que si no la besaban, era capaz de dormir cien años más. Bueno, chicas, es evidente: el discurso de que necesitamos conocer al soberano de nuestra existencia está documentado por siglos de literatura infantil.
Pero basta, basta de fans. El que te quiera de verdad, no te va a hacer esperar cien años para venir a besarte. Tampoco te va a pedir que lo busques desesperada, y que lo esperes para pedirle un autógrafo en una servilleta. El amor es una incomodidad que fluye. Y ahora, a tirar todas las libretas esas llenas de autógrafos de pelotudos impagables. Lo que necesitamos son unas buenas y cómodas zapatillas, para –citando a Calamaro- salir a caminar solitas. Seguro que el que te quiere, te va a encontrar, al mismo ritmo, y por el mismo camino.

lunes, 21 de febrero de 2011

Feliz cumpleaños a mi!


Todos los que me conocen, saben que odio mi cumpleaños. Lo saben, justamente, porque me conocen y me quieren.
Soy amarga,
No me gusta festejar, y si me gustara, no tendría un mango para hacerlo,
Llamar la atención no está entre mis prioridades en la vida, por lo tanto que me canten “cumpleaños feliz” mientras yo pongo cara de monga agradecida, ha sido una situación no superada, cumpleaños tras cumpleaños, desde los 8. Bueno, en fin, no me gusta cumplir años.
Pero justo en este 2011, se me ocurrió aprovechar esa posibilidad cursi de apagar las velas y pedir deseos. Voy a valerme de todas tus velas, 2011. y otra que tres! todos los que se me ocurran voy a pedir!
Cuando apague las velitas, desearé:

Que los garcas de este mundo, de este continente, de este país, y en especial, de esta provincia, no sean tan impune, inmunda y prolijamente garcas. Digamos, que no se esfuercen tanto en ganar la mención de honor en la academia de cagadores profesionales. Es la universidad que más gente está llevando a sus pupitres en la última década.

Que los medios de comunicación valoren el trabajo y el esfuerzo de quienes trabajamos, y que día a día tratamos de hacer más noble esta profesión del periodismo (que algunos intentamos ejercer dignamente y con vocación, aunque nos gustaría poner una bomba de vez en cuando, pero no lo haremos)

Que los nabos que conozco sean menos nabos. Si en la academia de cagadores profesionales hay anotados muchísimos alumnos, los nabos no son muchos menos. Quieren ingresar al selecto grupo de los garcas, pero no son admitidos todavía, por nabos. Vamos chicos, tráguense un libro de vez en cuando, no van a morir en el intento. (el deseo vale también en femenino)

Que los hombres encuentren por fin ese rol que han perdido. Lo digo desde mi más convencido y ferviente feminismo, muchachos, organícense. Están cada vez más extraviados. No son todos, pero muchos no saben si quieren seguir siendo hijos eternos, si quieren ser langas eternos, si tienen cuarenta entran en crisis, si tienen 20 quieren tener 16. Un toque de ubicación y todos seremos más felices.

Que las mujeres dejemos de ser tan boludas, chicas, por dior. Basta de evocar en todas nuestras acciones a Coty Nosiglia. Basta. Quememos las bombachas rosadas en una gran hoguera y para siempre. Dejemos de esperar cosas que nunca sucederán y vayamos por las posibles. Quememos las naves en las que todos los días zarpamos esperando el milagro, sobre todo, abandonemos esa convicción de que alguien nos tiene que salvar, salvémonos a nosotras mismas. Un toque de ubicación y todos seremos más felices.

Que los radicales se dejen de pelear.
Que los peronistas dejen de echarle la culpa a la gestión anterior
Que los kiosqueros consigan monedas
Que la dirección de vias y medios ponga más bocas de expendio de red bus
Que los de la farmacia Mesura de la esquina de mi casa dejen de dar el vuelto en tafiroles.
Que el padre de la almacenera Claudita se ría este año.
Que el mozo del Dunken deje de ser tan amargo
Que baje el café: 7,50 es mucho, chicos.
Que facebook agregue la función “no me gusta”
Que vengan rápido las vacaciones que, imbécilmente, me pedí la segunda de marzo.
Que todos mis amigos y hermanos sean más felices
Que mis viejos vivan muchos años.
Que mis sobrinos me quieran mucho,porque ellos tendrán que ir a visitarme al geriátrico (y quizás,pagármelo)
Que mi perra vieja se deje de enfermar, me cuesta una fortuna

Que mis enemigos sean más invisibles y que se dediquen a otra cosa, odiarme a mi no garpa, chicos. No soy ni seré importante, y además, a mi me gusta demasiado pasarla bien como para tener tiempo de ver como me voy a defender de ustedes, ni me interesa.

Que gane el mejor! Y que a todos los que no nos interesa competir, nos dejen de romper las pelotas y podamos disfrutar lisa y llanamente de la vida!
Chau, hasta el año que viene!

viernes, 18 de febrero de 2011

Lolitas y Machitos


Ayer me pasó. Justo cuando termina la semana y la cabeza promete explotarme como una granada de mano. Justo ayer. Qué desgracia. Todo el día de quilombo en quilombo, y casi a las 12 de la noche, engancho el trole Parque para volver a mi casa. Tenía ganas de llorar del cansancio, el lóbulo frontal del cerebro dilatado, el ojo izquierdo dando latidos furiosos, la conjuntiva inflamada. En fin, un despojo humano que es lo que el jueves devuelve de lo que yo llevo el domingo a trabajar. Y como una burla descarnada del destino, las vi. Se apiñaban en el fondo del trole, como comadrejas a punto de aparearse. viajaban en alterado racimo. Eran las lolitas.
Una docena de ellas, perfumaditas. brillosas. Rubiecitas. Altaneritas. y lo peor, lo más lacerante, lo más intermitente, lo más suicida, lo que más hacía palpitar mi cervical: sus pequeñitos alaridos de niñas de 15 histeriquéandole a niños de 16, los machitos. También ellos, con su inconfundible olor a transpiración mitigado con desodorante axe, viajaban en el trole Parque. Rumbo a algún lugar de la Arístides, que lamentablemente para mi, no alcanzaríamos tan rápido.
Me hubiera tirado por la ventanilla, de haber podido hacerlo. Pero sabía que llevaba la netbook en la cartera y que esta se quebraría en mil pedazos, y que la quiero más que a mi cervical y la cuido casi tanto como a mi lóbulo frontal. Por eso no me eyecté.
También las hubiera asesinado, una por una, con mis propias manos, extirpándoles primero, las afiladas cuerdas vocales, responsables de tan agudos y malditos aullidos de lobitas en celo.
Esa laceración inútil del silencio con las cuchillas escolares oxidadas de sus vocecitas insoportables. Deberían estar las 12 presas por eso.
Cuando el cerebro me estaba a punto de salir derretido por las orejas, llegamos. Se bajaron. Estuve a punto de gritar ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Bien!!!!!!!!!!!!!!!!!!! y tirar papel picado por la ventanilla del trole. Pero cuando el festejo estaba en las puertas, comenzó otra y más insoportable perorata: ellos, los machitos, tomaron el trole. Y todo fue peor que con los chillidos de las pequeñas gritonas.
Los machitos, entrenados de chiquitos por padres machotes, por tíos cancheros, por vecinos vivos, por amigos mayores, esos pequeñuelos que a los dieciseis no han hecho otra cosa interesante que encerrarse sistemáticamente en el baño de sus casitas, pero que ya tienen incorporado el germen del machismo como la marca en el orillo, comenzaron a burlarse machistamente de las lolitas.
"Imaginate viendo un partido con esssstas (remarcando las esesssss bien remarcadas) no se podría aguantar, no se podría" (infaltable capicuísmo el del machismo)
"seeeee -repetía otro con cara de masturbador compulsivo- imaginate. que te estén preguntando por qué pateó esste o aquel, mejor que se queden gritando y lavando los platos"
"Jojojoojoo" repetía el coro de bestias en ciernes, festejando la estupidez más ingeniosa. Riéndose a lo Bibis and Budgets.
Ahí ya me saqué y me tiré del trole nomás, protegiendo a la netbook como pude, que resistió al embate de la huida. Ahora sólo me queda recuperarme de la hinchazón del lóbulo frontal y desarticular el latido de mi ojo izquierdo. Y cargar el revólver que llevo en la cartera, porque la próxima vez, lo pienso usar.

viernes, 11 de febrero de 2011

Por qué odio el "día D"


En serio, asumámoslo de una vez: no es normal que la gente necesite un día para festejar cada cosa. Día de la enfermera, del médico, del jardinero, del maestro, del amor, del sobrino, de la secretaria, del odontólogo. Esa afición a llenar agendas, comprar calendarios de mano para no olvidar, para saber qué día, en qué momento, a qué hora enviar el regalito, recordatorios en el celular. Estrés en estado puro.
Esa inmensa máquina de producir objetos, un día nos va a aplastar. vivir ya es suficientemente complicado sin tener que tener en cuenta esos detalles, ese ruido en nuestras agendas.
Dentro de poco no existirán días libres. Habrá que inaugurar una vida paralela para llenarla de fechas para cumplir.
Yo me acuerdo del día que escuché hablar por primera vez de Piñón Fijo, por ejemplo, cuando aún era un payaso desconocido, actuando a la gorra en las peñas de Córdoba. ¿Eso tiene algún valor para la sociedad? ¿Podría inventar una fecha que me recordara el día que escuché por primera vez hablar de Piñón Fijo?
No creo que a nadie le interese eso. A mi tampoco me interesa el día que se murió un santo que parece que tenía un aire a Roberto Galán.
También recuerdo, con una melancolía infantil, el día que canal 13 dio por concluida la noventosa serie Clave de Sol. Fue un terrible momento para mi, que era su fan número uno.
¿Podría toda la sociedad acompañarme en ese recuerdo? Sé la respuesta. Entonces, ¿por qué tendría yo que celebrar que un coro de niños cuyos padres se golpearon la cabeza festeje Halloween?
Basta con las fechas. Si no tienen en qué gastar su dinero, si buscan una excusa para justificar su adicción a la compra compulsiva, inventen un calendario propio y láncense a las calles a acallar ese animal desbocado que devora objetos. No involucren al resto de los mortales en esa necesidad con fecha de vencimiento.

jueves, 27 de enero de 2011

Reflexiones en torno a las personas que demoran las colas del cajero.


Estoy preocupada: no tengo más paciencia. En la lista de cosas que me hacen exasperar a diario, que son muchas, nada saca tanto lo peor de mi como ir a extraer dinero de un cajero automático y encontrarme con esos especímenes que nunca pueden faltar. Es una fauna parasitaria, que crece en torno y alrededor de las máquinas expendedoras de dinero y por más que una intente esquivarlos, es inútil: siempre están allí, al acecho. Escondidos detrás de un árbol o de un tachito de residuos, amalgamados con el paisaje. Se descubren en el momento preciso en el que uno cree que está llegando el momento de introducir la tarjeta, sacar la guita y mandarse a mudar de allí. He aquí una nómina de los virus que atacan los cajeros, al menos para intentar ponerse al resguardo de ellos. Aunque, les advierto: son una epidemia, como el cólera, la gripe A, o la fiebre Tifoidea lo fueron en su momento. Por lo tanto, vayan, concurran con alcohol en gel, barbijo, antiparras, dos frazadas, un lisoform y un bidón de repelente de insectos antes de entrar, igual los van a atacar. Están para eso, He llegado a pensar que son empleados de multinacionales encubiertos a los que les pagan para que los demás desistan y dejen el dinero en el banco para siempre.

La señora que mete y saca la tarjeta incesantemente: La saca y la vuelve a meter en el cajero, diez, quince veces, presiona claves equivocadas, el cajero le traga la tarjeta, Corre a pedir ayuda en el interior del banco, busca a la pobre víctima a la que se le paga por la innoble tarea de "auxiliar" a este tipo de clientas, viene el encargado, trae las llaves, saca la tarjeta que el cajero se tragó, mientras los demás nos derretimos bajo la luz del sol de enero. A esta señora le deseo:
-que nunca pueda sacar su dinero de la cuenta.
-que por casualidad, haya accionado la clave de un estafador bancario y se la lleven detenida durante tres meses a una cárcel de máxima seguridad
-que la próxima vez, se olvide la tarjeta puesta y el que viene detrás se vaya de vacaciones a Cancún con todos sus fondos

El idiota que "hace tiempo" adentro del cajero, sólo por disfrutar el placer de ver como se achicharran todos los que están afuera. A ese sádico de cabotaje le deseo:
-que se quede encerrado adentro de la cabina hermética durante un fin de semana largo y que nadie se percate de su ausencia.
-que algún empleado bancario gracioso difunda el video de seguridad por youtube mientras él se mofa como un verdadero idiota de los que hacen cola detrás suyo.
-que de tan gracioso, se olvide de retirar su tarjeta justo el día antes de irse de vacaciones
-y de yapa, diez cólicos renales ininterrumpidos, si es posible, en medio de la calle.

los que se saludan adentro del cajero. Siempre he soñado con sacudir de las solapas del traje o revolearle la cartera por la cabeza a las personas que toman el cajero. Literalmente, lo toman. Hasta se podrían poner a escribir un cuento, o limarse las uñas adentro. Se encuentran con gente, hablan, se ponen al día con distintas anécdotas, se besan, acuerdan una juntada. Creo quen no tienen casa, que en realidad viven de cajero en cajero, y que se bañan en la fuente de una plaza cuando nadie los ve. No entiendo por qué no eligen un café, una vereda desocupada, los asientos de un parque, o los refugios de la parada del colectivo para ponerse a charlar. Pero por qué el cajero, por qué?????????? ir al cajero es un trámite, nada más que eso, no puedo entender por qué le toman tanto amor a esa cabina pública. Hay gente que podría pasar las vacaciones adentro y estoy segura de que serían inmensamente felices.

los que salen y no avisan que el aparato no funciona o no tiene dinero. Yo no me caracterizo por la simpatía urbana precisamente, pero es una cuestión de educación, mínima, ínfima tal vez. Qué clase de mal nacido es aquel que, viendo una cola interminable esperando, no abre su bocota y le da esa información que a las víctimas que están afuera les hace falta. "E-L C-A-J-E-R-O N-O F-U-N-C-I-O-N-A" no es tan difícil, ni los que esperan le pedirán casamiento ni que le salga de garante para pedir un préstamo con esta pequeña muestra de humanidad. Avisar que el maldito cajero se quedó sin billetes, señor y señora clientes, los hará mejores personas, se los puedo asegurar.

Los que llevan a jugar a los niños. Nunca faltan los adultos culposos a los que sus niños les reclaman atención a diario. Un día fortuito (y terrible para nosotros) se levantan con ganas de cambiar esta realidad y le dicen al crío "¿me acompañás al banco?". Esa frase es el comienzo del apocalipsis para nosotros. Porque casi siempre sucede: la única gracia que encuentran los niños en ese lugar inhóspito y extremádamente aburrido que es un banco, es accionar los botones del cajero. No dudo que la experiencia puede ser divertida cuando se tienen menos de seis años, pero yo probaría con hacer una colecta entre los clientes que esperan para usar la máquina. No creo que alguno no esté dispuesto a donar cinco pesos de su bolsillo y pagar a esos pobres niños aburridos una hora de play station y hasta cinco días de pase libre en algún parque de diversiones con tal de no demorar esa insufrible cola, o descomponer los vapuleados aparatos, lo que inexorablemente, termina por suceder. De todas maneras, debería estar incluido en el Código de Faltas y penado con cinco días de prisión efectiva para el padre o madre que lleve a sus hijos a jugar al cajero. Cuánta mezquindad filial sin condena.

Si, reconozco que mi intolerancia está rozando límites insospechados, pero no puedo seguir mintiéndole a la sociedad: si me ven haciendo cola en un cajero, y algo de esto sucede adelante mío, no respondo de mi. Citaré las sabias palabras de la filósofa contemporánea Fabiana Cantilo, con el fin de advertirles que se alejen de mi... "Tengo un revólver en el bolso y lo pienso usar".