Además de otras certezas que he ido adquiriendo en la vida (como por ejemplo, que la gente que habla fuerte en los lugares públicos necesita un sopapo, siempre y cuando no sea sorda, o que ningún taxista dice la verdad cuando asegura que no tiene cambio para darte las monedas de tu vuelto) una de mis máximas inquebrantables, es la de no atender el teléfono fuera del horario de trabajo si en el identificador de llamadas aparece un número desconocido. Y de hecho no lo hago.
¿Por qué será que una a veces rompe ciertas reglas, si sabe que va a parar de cabeza en una equivocación irreparable?. No importa. Sea lo que sea que suceda, se merece pagar las consecuencias, por inconsciente. No hay motivo para devolver una llamada perdida si en el identificador de llamados aparece un número nunca visto después de las 23, a no ser que se sienta un fuerte olor a quemado, haya un motín en la cárcel con fuga masiva de presos o el dique Potrerillos acabe de desbordar. Pero mi paranoia familiar -habrá pasado algo, a esta hora, dos llamadas perdidas...- Me empuja a concretar la estupidez, y mientras intento secarme el pelo con el celular en la mano, acciono re-llamar.
(Yo)-"Hola, tengo dos llamadas perdidas de este número, quién es?". Del otro lado, me habla una voz de mujer desorbitada.
(La loca)-"Ah, no sé, usted me está llamando",
Responde, inteligente.
(yo)-"Mire, llamo porque tengo dos llamadas perdidas, y como son las once de la noche, me preocupé". Insisto, intentando una explicación lógica que nunca encontraré.
(la loca)-"Y no sé quien es"
Me dice, perdida.
A esta altura, me quedo callada, esperando una reacción atinada, un motivo suficientemente valedero para que no se despierte en mi ese espíritu asesino que me acompaña desde niña. Ya comienzo a pensar en un secuestro virtual, por lo menos.
(la loca) "Ahhhhhhh" (reacciona) ¿Vos sos Paola Alé? -tengo ganas de insultarla, pero me insulto a mi misma por haber devuelto la llamada-
(yo)"Si"
contesto, monsilábica.
(la loca)- "soy docente, la gente de prensa me dio tu número para que te contara sobre una actividad de protesta por aumento salarial que vamos a hacer el sábado en la mañana"
me quedo callada. Es miércoles, 23.30. Faltan exactamente 78 horas para el sábado en la mañana. La maestra loca debería haberme anunciado que pensaba inmolarse comiéndose dos cajas de tizas frente al ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, o que pensaba secuestrar en masa a sus alumnos de tercer grado, o que la actividad consistía en jugar a la ruleta rusa por plata porque el sueldo no le alcanzaba. Pero no, no. Nada de eso sucedió. Sin embargo, y por esa extraña manía de persistir en el desastre que tengo a veces, me quedo escuchando. Aún mojada y con el secador de pelo en la mano. Quiero ver hasta donde puede una maestra de carne y hueso parecerse a la Noelia de Gasalla.
(la loca) "La protesta consistirá en tres puntos básicos, el primero..." -ya se largaba a darme la nota, miércoles, 23.45.
Mi color de piel: virando entre el azul (congelamiento) y el rojo intenso (ira)
(yo). "No, no, mirá, no te puedo atender a esta hora, no estoy trabajando”
Explico yo, innecesariamente. Sin embargo, hay gente que supone que el periodismo es una actividad similar a la de ser bombero, policía, paramédico o agente de Defensa Civil. Envían mensajes de texto a las 3 de la mañana, deciden qué tenés que escribir y qué no, vaticinan un título o te piden que les envíes la nota antes de publicarla, para que no escribas gansadas. En fin, hay de todo entre los entrevistados. En este caso, la auto-entrevistada docente mal dormida, quería pasarme data de una protesta como si se tratara de un atentado talibán que perpetraría el propio Bin Laden en una salita de dos.
(la loca) "Ah -insiste- es que como vos le diste tu teléfono a (piiiiiiiip) pensamos que te podíamos llamar"
Dice, ¿algo ofendida, acaso?
(yo) "Claro, pero en horario de trabajo"
Contesto intentando controlar lo incontrolable. El tono de voz se me va aflautando. Un poco porque me estoy cagando de frío, y otro poco por la furia en puerta.
La maestra, a esta altura un clon de Noelia, osa en insistir, sin ningún pudor.
(la loca) –Bueno, estoy llamando a todos los medios (lo dice para que no me sienta “la elegida”) y los demás no han tenido problema en contestarme.
Por el grado de desubicación de la loca, supe que si le expresaba todas las frases idiomáticas que equivalen a insulto que se me venían en ese momento a la cabeza, no me la sacaba nunca más de encima. Entonces, tal y como uno desactiva una bomba, o descuelga un panal de abejas de un árbol, quiero decir, con el mismo cuidado, intento disuadirla.
(yo)-Sí, qué gentil de tu parte pasarme los datos, pero justo ahora no tengo con qué escribir. ¿Serías tan amable en atenderme mañana? Te llamo apenas llegue al diario”. Dije, con toda la certeza de que jamás lo haría.
(la loca) –Sí, no hay problema, gracias.
Se conformó. Supe que había domesticado a la bestia.
El episodio desgraciado, me recordó porque no debo traicionarme a mi misma. Por algo una llega a los 35 con algunos conceptos claros. No aceptar citas a ciegas, no irte de vacaciones con desconocidos "para ahorrar", no hacerte cargo de los hijos de otro, no ser amante de tu jefe, no casarte por nada del mundo y por ningún motivo, atender ese maldito e invasivo celular si no registrás el número. Puede que del otro lado te llame Obama para ofrecerte trabajar con él como agente de prensa, o puede ser que te espere la maestra loca, que quiere contarte sus nuevas aventuras salariales, mientras morís de hiportermia, electrocutada o colgada del cable del secador de pelo, en la patética soledad de tu propio baño.