martes, 16 de diciembre de 2008

Visión


Esa tarde la araña y yo tomábamos el té mientras aguardábamos oír juntas la sentencia.

- Hola. Le dije.

- Hola, qué tal. Me respondió.

- ¿Usted sabe porque vino? Le pregunté.

- Si, vine a advertirle que está atrapada. Vine para decirle que es la víctima. Usted ha sido elegida para probar el veneno. Ya está desparramado por su cuerpo. Yo la inyecté sin que se diera cuenta.
Usted cometió un error. Se relajó en mi presencia. Venía cansada de un largo viaje, y recostó su cabeza en la piedra debajo de la cual yo sobrevivo durante los períodos grises, hasta que consigo alimento.


- Ah. Le respondí mientras revolvía el té helado.

La araña escuálida me escudriñó con sus ojos ciegos.

- ¿Qué es lo que suponía, que íbamos a contemplar su caso?
Me preguntó la frialdad de los insectos encargados de ultimar al desprevenido.

- No, al menos creí que iba a ser un cadáver exquisito.
Le dije mientras empaquetaba los libros en mi mente.

- Qué lamentable. Usted no entendió. Parecía más inteligente en el proceso. De todas formas, no es igual a todas, lo sabrá porque al menos vinimos a advertirle.

-¿Vinimos? Usted y quienes más, si aquí no hay nadie?

La araña no contestó más preguntas y tejió su última red. La del silencio de los que ya no están.

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