miércoles, 31 de diciembre de 2008

Bafangulo 2008!!!!!!!



Este fue el 2008! En lo personal, se puede ir bien a la mierda, porque lo voy a enterrar en el fondo de mi memoria!
Para los que fue un buen año, brindo por eso, salud!
y en nombre de los que queremos hacer con el viejo calendario un rollo de papel higiénico y usar una a una sus hojas durante el 2009, sean bienvenidos!
Felíz 2009, que todos se enamoren y se emborrachen en mi honor!
Pao

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Felíz No - Navidad!!!!!!


Ojalá todas las personas que inventaron la navidad para que uno se acuerde de que está peleado con la familia, no tiene pareja, no le alcanza el sueldo y el hígado se le va a reventar a pedazos de tanto tomar, esta noche tengan un cólico renal, se chamusquen los dedos con las estrellitas y se agarre una pataleta con el mantecol
Y Felíz No - Navidad para todos!!!!

martes, 16 de diciembre de 2008

Visión


Esa tarde la araña y yo tomábamos el té mientras aguardábamos oír juntas la sentencia.

- Hola. Le dije.

- Hola, qué tal. Me respondió.

- ¿Usted sabe porque vino? Le pregunté.

- Si, vine a advertirle que está atrapada. Vine para decirle que es la víctima. Usted ha sido elegida para probar el veneno. Ya está desparramado por su cuerpo. Yo la inyecté sin que se diera cuenta.
Usted cometió un error. Se relajó en mi presencia. Venía cansada de un largo viaje, y recostó su cabeza en la piedra debajo de la cual yo sobrevivo durante los períodos grises, hasta que consigo alimento.


- Ah. Le respondí mientras revolvía el té helado.

La araña escuálida me escudriñó con sus ojos ciegos.

- ¿Qué es lo que suponía, que íbamos a contemplar su caso?
Me preguntó la frialdad de los insectos encargados de ultimar al desprevenido.

- No, al menos creí que iba a ser un cadáver exquisito.
Le dije mientras empaquetaba los libros en mi mente.

- Qué lamentable. Usted no entendió. Parecía más inteligente en el proceso. De todas formas, no es igual a todas, lo sabrá porque al menos vinimos a advertirle.

-¿Vinimos? Usted y quienes más, si aquí no hay nadie?

La araña no contestó más preguntas y tejió su última red. La del silencio de los que ya no están.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Baby, drive my car


Sin dudas, una de las peores situaciones del matrimonio, es ser la copiloto del auto de un señor (tu marido, obviamente) que espera esa situación para empezar a declamar, a los gritos, un rosario de improperios no sólo hacia el resto del tráfico, como si todo el parque automotor se hubiese complotado en su contra y fueran cómplices entre ellos con el único objetivo de cagarle la vida a él, sino también hacia tu persona, tonta de ti, que aguardas pacientemente a que se le pase el berrinche aniñado o bien, a que se quede afónico de repente y si todos los astros están alineados a tu favor, no recupere jamás la voz.
No se sabe por qué extraña razón de la naturaleza, los hombres esperan a subirse al auto para sacar ese Mr Hyde que atesoran en su interior, y al ritmo del GNC y las canciones pedorras de la FM latinos, se ensañan en hacerte reflexionar sobre las circunstancias más disímiles: que regás las plantas a deshora, que comprás productos innecesarios en el supermercado, que la boleta de la luz llegó el doble que hace dos meses (claro, sin tener en cuenta que también llegó el verano y los 35° a la sombra) y que este año ni piensa ir a pasar Navidad con tu familia, porque no se banca a tu hermana y a su marido boxeador.
Ya sé, porque también he estado en tu lugar: tu mecanismo de defensa es la ventanilla. Mirás por la ventanilla haciendo de cuenta que vas por la campiña francesa en un tren con Benicio del Toro, y cuando regresás a la tierra lo único que querés, más que mirar, es tirarte por la ventana del auto en movimiento.
La separación no es el camino más fácil, tenés que acostumbrarte a no tener auto en algunos casos (yo soy el ejemplo A) y a viajar muchas horas y esperar muchas otras el colectivo. Sin embargo, y puesta a elegir, prefiero hacer dedo en el desierto de San Juan, acompañada por amables lagartijas y con menos agua que la Difunta Correa, y no ser la copiloto del auto de un sacado al que le vendría muy bien pasar una temporada en las anchas praderas de El Sauce, con un primoroso chalequito sin mangas ideal para esta temporada.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Hay una lágrima sobre el teléfono

Esto es un teléfono, funciones más, funciones menos. Bueno, me gustaría avisarles a todos los que me conocen, que lo odio. Odio hablar por teléfono, odio que el maldito aparato suene en cualquier momento, odio tener que atenderlo cuando el otro quiere hablar, pero yo no!.
No es en contra de nadie, no es que no los quiera, no es que me olvide de todos mis amigos pro-telefónicos, pero chicos, si fuera por mi, habría hecho desterrar todas las líneas que existen aún en este planeta, las que no se robaron las mafias del cobre, y otro tanto más haría con las antenas de los celulares. Excepto que las compañías firmaran un consentimiento de sólo dejar la función mensaje de texto. Porque un mensaje de texto es, a diferencia de la llamada maldita, algo más limpio y discreto. Si quiero, tengo crédito y es impostergable, lo contesto. Si no, lo dejo para después. Pero esa puta costumbre de llamar que tiene la gente... la detesto. ODIO HABLAR POR TELÉFONO CON TODA MI ALMA!
Si me quieren, no me llamen!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
manden mensajes nomás.

martes, 2 de diciembre de 2008

Parásitos existenciales


El mundo está lleno de parásitos existenciales. Los hay de todos los colores, vienen en todos los formatos, se cuentan por miles. El mundo es como una gran bolsa de papel de la que estos seres estúpidos rebasan tal y como los pochoclos se desbordan de los recipientes que se compran en la puerta del cine.
Son los que te complican las tareas más simples,
los que no hacen ni dejan hacer,
los que están para cuestionar lo que otro construyó,
los que siembran sospechas,
crean cadenas de chismes,
mandan spam,
rompen los climas laborales,
te llaman a cualquier hora al celular,
te roban las ideas,
envidian los progresos de otros,
jamás aportan nada,
piden cosas prestadas todo el tiempo, desde lapiceras y comida, hasta tu auto, casa y a veces a tu marido y/o esposa sin carta de pre aviso,
no se arman su propio bunker, sino que deambulan acomodándose en historias prestadas como los zánganos insectos que son...
Te tengo una noticia, estamos rodeados.
Así que, si tenés donde, corré a refugiarte, que seguramente esta manga de langostas sueltas ya deben estar planificando cómo complicarte la vida.

La Caja de Pizza


Me resulta inevitable: cuando doblo las cajas de pizza, me acuerdo de vos, Fidelito. No entiendo, y nunca entenderé cómo fue que no me quedó nada de nuestra escueta y marginal relación.
Es por eso que, revisando los archivos de la memoria, puse todo mi empeño en rescatar un recuerdo bueno. Un recuerdo útil, al menos amable, benevolente, de todos esos días que me despertaba en el lugar más extraño del mundo: tu casa. Porque una casa, es, yo lo sé más que nadie, el reflejo de la gente. Uno puede mentir con la letra, incluso uno hasta le puede mentir al cura, y al psiquiatra. Porque las casas no mienten. Y la tuya siempre me resultó, querido Fidel, un lugar cuanto menos, equivocado. Nadie se imaginaría, al entrar en ella que quien vive allí es un hombre solo, tu casa es una casa de mujer. Es que no te puedo engañar: alguien que cuida plantas y coloca un jarrón amarillo sobre una pared bordeaux es más parecido a una mujer que yo misma.
Sin embargo, tu casa es también el lugar más frío que conozco. Una casa sin sillas no invita a nadie, cordialmente, a quedarse. Me acuerdo perfectamente del día que entré y no había dónde sentarse. Me dijiste “Vendí las sillas porque no me gustaban”. Lo raro es que vendiste todas las sillas, no dejaste ni siquiera una para colgar la cartera, o facilitarle a una tía de 80 años reumática y con bastón.
Pero de todas maneras, seguí revolviendo entre tantas situaciones impagables, y racionalmente no pude evocar ninguna circunstancia edificante.
Porque vos, Fidelito, sacabas lo peor de mi. Hacías foco en mis debilidades, iluminabas siempre la parte que me faltaba, lo que había quedado desprolijo, inconcluso, lo que tenía alguna hilacha, la comida siempre sin gracia, los regalos siempre equivocados, los momentos siempre errados, las oportunidades siempre inoportunas.
La verdad, Fidel, mis recuerdos de vos son una mierda
Sin embargo, ayer, frente a una enorme caja de pizza vacía, en la que bailaban una docena de carozos de aceitunas perdidas, se me vino a la cabeza el único aprendizaje que me quedó de tu frialdad calculada: me enseñaste a doblar las cajas de cartón para que entraran en la basura, sin tener que presionarla tanto hasta romper la bolsa, ni ocupar dos envoltorios para deshacerse de ella.
He aquí la receta: el paso 1 consiste, por supuesto, en pedir una pizza por teléfono.
La operación puede complicarse si en el preciso momento del pedido, al Tomba se le ocurre pasar a primera, más si es un sábado a la noche, y tu casa queda en un barrio cercano al Feliciano Gambarte.
¿Porque no habrás sido hincha del Tomba, Fidelito?. Siempre lo pensé. Al menos habría culpado de tan estrepitoso final a que te estabas dedicando a una segunda relación, como la que todos los hombres bien nacidos tienen con el club de sus amores.
Pero no. Si hasta te quedaba cerca de casa y no fuiste capaz de curiosear el fenómeno ni siquiera para polemizar sobre los barrabravas con la selecta elite de intelectuales de la que formabas parte.
Nunca entendí esa filosofía de vida que te hacía más parecido al jugador de golf que sos que a una persona normal, que a un hombre como cualquier otro, que arma equipos imaginarios para participar con sus amigotes en el Gran DT, o se golpea la cabeza cuando su equipo no gana.
Pero retomando la receta de cómo doblar la caja de pizza, el
paso 2 consiste en que el chico del delivery llegue. Si resulta que el mensajero alimenticio es fanático de El Expreso y este se encuentra en el momento culminante del partido, la situación se pondrá un poco más violenta. Todo porque el hambre, la espera y la poca comprensión del fenómeno futbolístico y mucho mas por la inmensa lejanía tuya hacia cualquier sentimiento de pasión desbordada, llamése amor romántico o fanatismo deportivo, sumado a una heladera vacía, provocan que el ambiente se ponga espeso.
Yo sé, nunca podrías ponerte comprensivo frente a una demora provocada por un delivery a quien le importa más no perderse un gol del Tomba que llegar a tu casa antes de provocar tu furia por su tardanza. En su mundo de trabajador errante vos y tu pulcritud no son más que una mancha blanca en el barro de su motito repartidora. Mientras él no es más que un mamífero mal educado para vos.
En el hipotético caso que el repartidor se decidiera a arrancar la moto en algún momento, y llegara finalmente a tu casa con la pizza, pasaríamos al paso 3. La cena.
Este momento podría resumirse en devorar la pizza, degustar el vino y finalizar la velada. Pero puede extenderse un poco más la explicación, aunque después de la comida y la bebida ya no hay mucho que explicar. A quien se le ocurre, sino a mi, relacionarse con alguien que come la pizza con cuchillo y tenedor.
De todas formas, con cubiertos o sin ellos, a la hora de la digestión, uno ya comienza a pensar qué hacer con esa enorme y vacía incomodidad. No hablo sólo de la caja, claro está, sino de la vacuidad de nuestra siniestra relación. Dos idiotas tratando de parecer normales, cuando ninguno de los dos quisiera estar allí, conteniendo la respiración. Yo, con ganas de tirarte la caja por la cabeza, decirte lo infeliz que era por haberme convertido en esa especie de novia no declarada que odiaba ser y vos con lisos y llanos deseos de que eso que pasaba entre nosotros (digo eso, porque en verdad siempre fue inclasificable) nunca hubiese sucedido.
Sin embargo, ninguno de los dos decía nada. Ambos soportábamos el sopor del silencio chorreando por las paredes bordeaux y de fondo, la hinchada de El Tomba coreando una canción de cancha irreproducible para nuestros oídos poco acostumbrados a ese tipo de sonido.
Volvamos a la caja, único vestigio de nuestra relación forzada. E intentemos reconstruir su desaparición.
El tema de cómo destruirla, es directamente proporcional a las mentiras que somos capaces de decir. En este caso, de las mentiras que los hombres son capaces de inventar.
En general, los hombres que no mienten mucho, no se plantean demasiado qué hacer con la caja, porque lo importante, lo que había en ella, ya se esfumó. Nunca piensan en que necesitarán una bolsa más grande para arrojarla en la basura, ni se preguntan por qué no haber hecho otro pedido, alguno que no implicara incómodos envases de los que hay que deshacerse.
Sin embargo, los golfistas como vos necesitan tener calculado en qué utilizarán cada centímetro cúbico de su energía. Medir las reacciones. Pensar exactamente para qué harán tal o cuál movimiento.
Al mismo tiempo, necesitan instrucciones de vuelo para saber cómo pilotear los momentos previos y los posteriores a la cama con una chica que de la que no están enamorados. Los hombres comunes a veces se bañan, le abren la puerta, tienen sexo, quizás le preguntan el nombre y ella después se va. Y ellos encienden el televisor y se dedican a mirar el partido. De la chica, ni noticias hasta la próxima cama.
Pero vos, vos como todos los que para tirar una caja de pizza primero la empapan debajo de una canilla y después la apelmazan hasta convertirla en un bollito insignificante de cartón arrugado, vos necesitabas envolverme a mi también. Darme argumentos, dejarme que me acercara para después borrarme, buscar que ocupara un lugar en tu vida, pero cuando te resultaba incómoda llevarme a un remate, tal y como sucedía con todas las cosas que te molestaban y lo digo literalmente. Todo lo que en tu casa ocupaba demasiado espacio, terminaba formando parte de los objetos a rematar en Venturino. Inclusive los palos de golf y la guitarra. Todo.
Pero yo me di cuenta a tiempo. Me di cuenta que vos y tu manera de doblar la caja,
Que vos y tu frialdad deportiva,
Que vos y tus cálculos absolutos,
Que vos y tu crueldad mecanizada,
Que vos y tus absurdos movimientos de golfista siniestro,
Que vos, Fidelito, eras un tremendo hijo de puta.
Pero te agradezco el aprendizaje, porque de todas las cosas que me enseñaron las personas tóxicas que conocí en mi vida, vos aportaste la más útil de todas las que aplico a diario en mi doméstica vida.
Por eso, cada vez que humedezco una caja para doblarla y tirarla al tachito de los desperdicios, me acuerdo mucho de vos, Fidelito. Y te mando mis bendiciones.