sábado, 1 de marzo de 2008

Señora abra, soy el técnico...

Extracto de un capítulo de “Soy sola”, de Teresita Ferrari (Longseller). Humor sobre algunas aristas de la vida en solitario.
Cuando algo se rompe en la casa, ya sea una lamparita o un caño, la soledad aparece en su grado más cruel. Es uno de los momentos verdaderamente dramáticos, sin chiste y con lágrimas. Primero hay que saber a quién conviene llamar para resolver el problema. Conseguir información precisa no tiene precio. Generalmente la provee el portero, una fuente de datos inimaginable; le siguen los buenos vecinos y, por último, la ferretería de la esquina o de la vuelta.Guardo una agenda bastante completa, pero también es cierto que muchos cambian de teléfono o desaparecen, y, después de la última crisis económica, algunos se mudaron a un barrio con alquileres más baratos o sencillamente fijaron precios de neurocirujanos para cambiar un cuerito roto.Ya con el dato del personaje que se encargará del arreglo, viene la dura tarea de ubicarlo y que responda al mensaje. Una vez contactado, el tema es que pueda venir rápido, no a los quince días si estamos en invierno y lo que se rompió es la estufa. Ahora bien, con el técnico frente al problema se ponen a prueba los resortes de la fe. Una piensa que el quemador está tapado por la grasitud del gas, mientras que él nombra dieciocho partes rotas, una de las cuales "no se consigue más porque la estufa es muy vieja", pero él se ofrece a fabricarla. A esta altura, a mí me sube hasta la fiebre; no puedo hilvanar dos ideas y, en medio de la confusión, pido el presupuesto. Este siempre será altísimo o, al menos, tres veces mayor de lo que esperábamos y podemos pagar. A callar. Y desear que lo haga pronto y que el calvario termine. En ese momento anuncia que hasta la semana siguiente no podrá hacer el trabajo. Resta esperar o pasar por momentos similares con colegas que dirán más o menos lo mismo. Finalmente esperamos, gastamos una fortuna, y nos queda la leve sensación de que fuimos estafadas y el miedo insoportable de que se rompa algo más.Los técnicos huelen muy bien cuando la señora está sola y nadie le advertirá de lo mucho que le están cobrando por una pavada. Creo que esto no pasa cuando hay un hombre en la casa (¿o sí pasa?). Primero, porque impone una autoridad diferente, y segundo, porque hasta el más negado sabe algo de los aparatos hogareños. Lidiar con un técnico puede ser pan comido para los hombres. Saben qué y cuándo preguntar, y discuten el precio con una enorme seguridad. Si no tienen idea, lo disimulan, siempre guardan palabras de ocasión que los muestran como sabedores. En el caso del calefón, mandan las palabras "termocupla", "serpentina", "quemador", y tres bobadas dichas con confianza en sí mismos que asustan a cualquiera.

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