viernes, 8 de marzo de 2013

Acerca del 8 de marzo


Yo crecí con el estigma de la violencia contra las mujeres incrustado en mi educación sin saberlo. Fui víctima de la violencia simbólica desde la escuela primaria.
Yo fui una niña gorda. Toda mi infancia creí que había hecho algo mal, algo por lo que merecía ser discriminada. Cuando crecí me di cuenta de muchas cosas.
Entre otras, que a las mujeres no se nos perdona ni se nos permiten ciertos "errores sociales" que pasan tan desapercibidos como el aire y que forman parte de ese imaginario violento enraizado en nuestras mentes y que nadie asume como una forma de discriminación y desvalorización.
Crecí en una familia en la que mi madre nunca ocupó un lugar en la mesa, porque estaba siempre parada sirviendo a los demás. Crecí en una sociedad en la que las mujeres levantan los restos de comida y lavan los platos y los hombres simplemente no lo hacen.
Cuando empecé a trabajar en los diarios, descubrí el pensamiento masculino estandar en su máxima expresión. A las mujeres se les puede "perdonar" ser distraídas, no escribir del todo bien, estar desinformadas, pero de ninguna manera se les perdona ser gordas, feas y viejas. Estas características se justifican a si mismas: gordas, feas y viejas no son mujeres,  sólo con eso se describen a si mismas.
Crecí con una televisión que considera a las mujeres como cualquier mercancía, impulsada muchas veces por las propias compañeras de género. Crecí con una televisión que permite publicidades de jabón, detergente, pañales, sólo protagonizadas por mujeres. Al mismo tiempo difunden notas sobre la ley de violencia de género, nos tiran estadísticas sobre la bulimia y la anorexia pero critican a una modelo porque engordó 2 kilos. Esos mensajes son los únicos que llegan a mucha gente que no se informa ni alimenta su mente con nada más que con la televisión.
Mi experiencia laboral en el periodismo me mostró que no hay mujeres en los puestos de decisión en los medios y que si las hay, muchas veces tienen más características masculinas que los hombres y jamás o más bien en contadas oportunidades son solidarias con otra mujer. También aprendí a que las mujeres hacen muchas veces el trabajo que los hombres no quieren hacer, pero a la hora de marcar la cancha, fijar opinión, a la hora de escribir la línea editorial de un diario, no hay ninguna mujer, son todos varones los que lo hacen. Pueden tomar como ejemplo los diarios de los domingos: ¿Hay alguna columnista mujer?. Por cierto que no la hay. Pero hay muchas cronistas en la calle, haciendo guardias interminables. Esperando que se apruebe el presupuesto de la provincia, aguardando toda la noche que se resuelva el motín en un penal. Ahí sí hay mujeres. Tampoco ganamos lo mismo. Hay una diferencia crónica entre los sueldos de los varones y los de las mujeres.
En mi porción del mundo, a las mujeres no se nos permite decidir entre ser o no ser madres. La sociedad, con todas sus instituciones incluidas supone que el cuerpo de una mujer embarazada es posesión de todos, todos pueden elegir por ella incluso en la posibilidad de tener el hijo y darlo en adopción. El cuerpo de una mujer violada no cuenta tanto como el de una embarazada.
Por eso, cuando digas "feliz día de la mujer" pensá si hoy no aprobaste alguna de estas formas de maltrato. Porque si lo hiciste tu saludo es tan valorable como la letra de una canción de Arjona.
Por suerte la vida me cruzó con muchas maestras, gracias a ellas, hoy puedo ver con más claridad quien soy, quienes somos y quienes son los demás.
Nuestra tarea es hacernos ver. Dejar de ser invisibles y de recibir frases hechas y discriminación soslayada de afecto social.
No se trata sólo de tener los mismos derechos sino de reclamar los que nos fueron negados durante siglos.
Por eso estoy un poco cansada de que "violencia de género" se asocie con golpes y que el Estado nos recuerde con campañas para evitar el cáncer ginecológico. Violencia también es que un gobernante elija un gabinete de ministros con 80% de presencia masculina y 20% de presencia femenina. Violencia también es una ley de cupo femenino cumplida sólo en lo formal y que las legisladoras sean sólo los títeres de un legislador que no pudo entrar en una lista.
Dejar de ser ingenuas también es una manera de reivindicar a las miles de mujeres que murieron luchando por los derechos de todas.
Salud, a celebrar!

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