viernes, 6 de mayo de 2011

Tobias



Este es mi sobrino Tobías. Es el de la foto, ese mismo. Mal que me pese, tiene una mirada muy triste. Su vida no ha sido fácil. A los adultos, ocultar la pena les genera arrugas. Acritud de carácter. Estrés. Idas y venidas al psiquiatra. Empastillamientos. Alcoholización de la angustia. Ostracismo. Ataques de pánico. Compras compulsivas.
Para un niño, ocultar la pena es imposible. Es Tan difícil como intentar remontar un barrilete con una cuerda corta y sin una gota de viento.
Desde los cinco años, intenta remontar ese barrilete imposible en el que se le convirtió la vida. Nos pasaría a todos, no puede. El destino, ese libro a medio escribir, manchado de tinta, supurando anécdotas que no elegimos, nos pone muchas veces frente a un abismo. y nos pide que no saltemos, pero no nos da un mapa para buscar alternativas, ni siquiera encontramos miserables palitos para hacer un puente. Tobías, desde los cinco años, está profundamente dedicado a encontrar otro camino y no caer. Y no cae, no cae el pibe...
Su historia tiene algo de Borges. Tiene esa impronta de lo insoslayable, del mito indolente del eterno retorno. o de la eterna pérdida.
Es que Tobías es parte de una pérdida desde antes de nacer.
Su papá no tuvo papá. Se ilusionó con un hijo como quien se ilusiona con una respuesta que encontró y que inmediatamente, perdió jugando.
Ese temor de perder lo que creemos impostergablemente nuestro, cuando es demasiado profundo, se hace, por fin, realidad.
Como por arte de burla, mal chiste del destino, hueco en el cielo, como extraído por las garras de un sádico dios que escupió sus maldiciones ancestrales, el niño corrió la misma suerte que el padre.

Y desde entonces, no brilla, pero no cae.

Soporta tormentas que hasta para un pescador entrenado, serían demasiado bravas.
El Tobi tiene un alma vieja. Como lavada entre las piedras de un río. como repujada con un cincel.
El Tobi tiene nueve, nueve mil, nueve millones de años.
Quizás por eso, su empeño en no caer, en dedicarle un sueño a la patineta nueva, en desgajar una infancia un poco atormentada, me hace avergonzar de mis propias quejas. De esas dificultades con las que es obligación de un adulto lidiar.
Quizás porque está el Tobías en mi vida, creo que la gente es injusta con el dolor. El que realmente vale, es el que no encuentra respuestas y sin embargo, no cae.

3 comentarios:

P.E.P.E. ® dijo...

como una cachetada a los que a veces nos quejamos de aquellas cosas tan estúpidas.
muy bello escrito.

Fundación Antisopa-Centro de Arte para Chicos dijo...

Hermoso ser, triste, pero con la profundidad que se acuña por la tristeza. Hermoso tu escrito, hermosa descripción del Tobi, ojala no se tenga que seguir desilusionando del mundo, ojala los adultos sepamos colaborar a su favor. Vamos Tobi, fuerza amigo, te queremos ver sonreír!

Paola dijo...

uy, qué duro, pero sí, tiene una mirada muy triste. Hijaputez de la vida de que a algunos les toque tanto mal y a otros no, y encima siendo un pendejo. Pero seguro que se va a transformar en un hermoso adulto, que entienda, que la tenga clara, que escuche, que reflexione, que no se dejará vencer por nada.