jueves, 9 de febrero de 2012

El mundo abierto, frente a mi


Siempre he sido una persona con extrema intolerancia al fracaso. Prefiero dar las cosas por terminadas antes de que por fin, se decidan a morir.
Me ha pasado desde chica. Una vez, me acuerdo, tenía un muñeco que adoraba. Era un esquimal. No tengo ni idea de donde había salido ese muñequito tan original, vestido con una jardinera de peluche celeste. Antes, los objetos no se rompían como ahora. Los chicos no estábamos acostumbrados a que se quebraran mientras jugábamos. Los juguetes eran como los percibíamos, eternos.
Pero a mi esquimal le llegó su Waterloo. se le hundió un ojo. Y un diminuto agujero negro apareció ante mi. Un agujero negro por donde se me fugaron las ganas de jugar con él. No lo quise más. El esquimalito me había demostrado ser vulnerable, más vulnerable que yo. Lo descarté, de a poco, sin que se diera cuenta, hasta que se convirtió en un pompón sucio y olvidado en el fondo de algún ropero y ya no supe de él.
Así he sido siempre. Prefiero asumir el final anticipado antes que tolerar la natural agonía que precede a las pérdidas. Tampoco sé muy bien qué hacer con el resultado de las devastaciones. Generalmente lloro sobre los restos y los entierro. No se me ocurre nada más.
Pero las personas no somos todas iguales.
Los escépticos ven el fin de los tiempos donde los esperanzados ven el comienzo de tiempos nuevos.
Y yo veo un ala rota donde vos ves un ángel desafiante.
Mi boca dice un no, donde tus manos dicen un tal vez.
Yo abrazo las cenizas donde vos abrís el surco y las sembrás
Yo busco un lenguaje que nombre los principios y los finales, vos acariciás los mientras tanto.
Eso de terminar donde vos empezás,
Eso de mirar posibilidades donde yo miro conclusiones
Eso es lo que me tiende todos los días un puente hasta ese rincón del mundo donde vos estás
Donde yo estoy
Donde yo encuentro el mundo abierto frente a mi
Donde la vida empieza y termina, y empieza. Y fluye.
Como un chorro de luz,
Como la miel que irradian nuestros huesos.
Como el atardecer que encierra la posibilidad del sol, aunque se extinga.
Ese eterno llanto de un niño que naciendo, también muere
La vida que comienza y se termina. Pero no se detiene.
Ese hilo de luz que nos ata a la luna.
Ese cordón enredado en la cintura de dios. Que yo pienso que me mata. Y vos pensás que nos sostiene.