domingo, 28 de agosto de 2011

Eutanasia


Vengo de matarte. Tanto tiempo dando vueltas, agonizando. Me dio no se qué. Alguien debía darte el golpe de gracia. No te confundas: fue por tu bien. Era cuestión de sacarte los cables que te unían a la vida, esos alfileres mecánicos con los que había decidido retenerte.
Era egoísta de mi parte. Era egoísta.
No podía abrigar una esperanza ante el parte médico de un desahuciado. Alguien tenía que hacerlo.
Por supuesto, lo hice yo.
Vos siempre tan cobarde. Ni siquiera me lo pediste.
Las decisiones que nadie quiere tomar, son como esas escaleras enclenques. Tarde o temprano, alguien tiene que desandar sus peldaños, aunque toda la estructura parezca venirse abajo.
Si morir en este caso era apenas un trámite.
Un suspiro entre dos compases.
30 segundos de dolor por una liberación infinita.
Ahora nadie va a culparme.
Quien va a reclamar. A nadie le importa. Te lo dije: era un trámite.
Y sabés como son estas cosas, si alguien se ofrece a concretar un engorro de estos, los demás cumplen con mirar distraídamente hacia fuera. Y no cuestionan quien apagó las máquinas. Solo disfrutan de esa libertad ganada en una feria. Porque nadie, nadie más que yo, movió un dedo para conseguirla.
Eso si: no me voy a tomar el trabajo de sepultarte. No me importás más.
Podés descomponerte a flor de cielo.
Podés esperar ahí a que te venga a buscar el 911.
Podés disolverte, desvanecerte, evaporarte.
No sé cómo volverás a la tierra.
Yo ya hice mi trabajo.
Ya estas formando parte del viento que se lleva lo que no tiene raíces.
Y en lugar de enterrar tu cuerpo,
Tengo que ocuparme de desenterrar el mío.

sábado, 13 de agosto de 2011

El Lilito (No sé de que se trata, pero me opongo)


Hoy quiero referirme al crítico compulsivo de las acciones de los otros. Ese puñado de sobras intelectuales, que a falta de logros propios, defenestra sistemáticamente los ajenos.
Los llamaré cariñosamente, “El Lilito”. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
El lilito es el típico ratón de biblioteca, que pasada cierta edad, quiere seducir desde el intelecto, pero sin moverse del living de su casa o de la comodidad de su escritorio.
Habla de construir un mundo diferente, pero no piensa aportar un adobe.
Se refiere con una impunidad extrema a los errores de los demás, cuando jamás a realizado una acción, al menos mínima, para modificar todo eso que piensa un espanto y un absurdo.
El lilito, es lisa y llanamente, un fraude. Sus actos creativos son parasitarios. Tiene poca capacidad de autocrítica. A veces utiliza algunos ardides para ocultar lo que realmente piensa: él es un talento al que nadie ha descubierto. La sociedad lo rechaza. El mundo está en su contra. Por eso, se sienta pasivamente a insultarlo.
Es autor de una revolución que piensa concretar desde alguna red social, como twitter o facebook. Será una revolución de manual. Tan efectiva como las utopías fundamentalistas. Tan ezquizoides como los golpes de efecto de los ultra algo. Cuando algo es demasiado ultra termina convirtiéndose en cenizas.
En realidad, lo ultra – ultra, esconde la absoluta inoperancia. Está pensado y apunta a fracasar.
Pobre Lilito. Afecto a la queja crónica. A ese lamento macerado en desidia del que arrastra y no concreta. En verdad, estos seres tienen una ventaja: enfermarán de algún mal que los mantendrá años y años, con vida. No mueren fácilmente. No se desintegran en el aire de un ataque al corazón, ni los achicharra un ACV fulminante. No, no. Son propensos a debilitarse, a marchitarse, a deshidratarse, a autofagocitarse. Pero no son presa de una muerte súbita. Más bien, desaparecen con el tiempo y el olvido, se apagan. Eso porque la gente se acostumbra a su cantinela permanente, tanto y tanto, que un día, ya no se escucha más. Su penar se vuelve parte del paisaje, se diluye entre los ruidos cotidianos, como las bocinas de los autos y el grito del diariero.
Un día, ya nadie se acuerda de ellos, pues sus planteos son tan vacuos como las investigaciones de cierta señora rubicunda de la política.
El lilito ha muerto. Larga vida al lilito. Da lo mismo porque el lilito siempre fue una entelequia imaginada por sus propio, monocorde e interminable lamento.