martes, 8 de marzo de 2011

Soy tu fan


Hay una tendencia femenina que me preocupa, al menos entre las mujeres de mi generación que ya perdieron algunos estribos. Es esa manía irrefrenable de convertirse en la fan número uno del tipo con el que sale, intenta o intentó salir durante un buen tiempo sin conseguirlo.
Es cierto que cuando una se encuentra en ese menester de enamorarse, todas las insignificancias que se le ocurren al sujeto nos parecen dignas de salir en la tapa del New York Times.
Cocina como si el extinto Gato Dumas y Martiniano Molina hubieran engendrado un hijo con Narda Lepes, como conductor es la reencarnación de Ayrton Senna. Ningún orador se le asemeja, se ha forjado en el discurso oyendo cada noche a Alejandro Dolina: posee su finísimo humor y fue bendecido por el don de la palabra. Ni que hablar de cómo escribe. Casi como si hubiera crecido en el vestíbulo de Jorge Luis Borges y retozado en su biblioteca.
No podríamos describir su brillantez de pensamiento: casi un clon de Stphen Hawking. Tampoco podemos quejarnos por su belleza física, un adonis sentiría vergüenza y correría a esconderse detrás de un sauce. Hermoso, es hermoso.
En realidad, el sujeto más común que un vendedor de quiniela, un repartidor de pizza o un telemarketer. En verdad, lo único que hizo para parecerse a un gourmet fue comprarse una sartén de teflón, apenas tiene un Fiat 600 modelo ’74 y lo más poético que escribió en su vida fue el descargo para que le perdonaran una multa de tránsito.
Los prolegómenos al desquicio afectivo se van notando con pequeños gestos femeninos que de a poco, van cristalizando en una atontada personalidad, hasta convertirnos en una equivalente a las cazadoras de autógrafos de los famosos, pero lo que esperamos cazar es al menos un mensaje de texto del nabo que cree que cotiza e bolsa como un jugador de fútbol.
Y eso, muchacha de treinta y pico, te va, o mejor dicho “nos va” convirtiendo en presas más fáciles que la tabla del uno, nos va adormeciendo como una especie de monóxido de carbono afectivo. En otras oportunidades he criticado a los hombres, responsabilizándolos de todos sus inclasificables comportamientos que son muchos, pero la verdad es que el fanatismo pelotudo parece ser una marca registrada en la pareja cromosómica xx y no es prioridad única de la eterna enamoradiza novia, que cual Susanita moderna, sale a trabajar por ahora, pero sueña con casarse mañana y bordar pañuelitos hasta que se muera.
El comienzo de la tragedia tiene un único origen divino: la madre. Para ellas, aunque tengan un hijo que es un verdadero zoquete, le hacen creer, desde que es así de chiquito, que es el dios Apolo con coeficiente intelectual más elevado de lo normal, un CI de 126, ponele.
Les fomentaron la vagancia, festejaron que aprendiera a preparar puré de cajita, lo endosiaron cuando se dignó a levantar, sistemáticamente, la tabla del inodoro. En fin, esas cosas que te confunden en la vida.
Después, continúa siendo culpa de las chiquitas con las que ha salido. Desde que era un púber, y si no parece el hermano gemelo de Gollum, el pibe siempre recibe más de lo que da, es una fija. Pero tiene que ver, sobre todo, con una cuestión porcentual. En el mundo, hay más varones que mujeres, y por eso dos o tres niñitas acaloradas siempre se disputan a un chico, no hay nada qué hacer al respecto. La responsabilidad es compartida con la naturaleza. El reloj biológico manda. Las mujeres piensan que si no conocen al amor de su vida antes de los 35, su existencia está perdida. Envejecerán con el anhelo de pasar por alto un asilo estatal, como aspiración máxima. Y eso, chiquillas mías que se sienten identificadas con este post, también es culpa de sus, o más bien de nuestras mamás.
Cuántas de nosotras crecimos al calor de los cuentos que se horneaban en las cocinas maternas. “Capaerucita y el lobo”, un canto al feminicidio. “La cenicientita que pierde el zapatito y vuelve a ser una sirvienta llena de tierra hasta que un príncipe la encuentra y la salva, ¡él la salva! Y la encierra en un palacete al mejor estilo jaula de oro”, “Blancanieves, muerta por linda y velada por siete enanos depravados. También salvada por un príncipe. Y la otra, Aurora, la bella durmiente. Una que si no la besaban, era capaz de dormir cien años más. Bueno, chicas, es evidente: el discurso de que necesitamos conocer al soberano de nuestra existencia está documentado por siglos de literatura infantil.
Pero basta, basta de fans. El que te quiera de verdad, no te va a hacer esperar cien años para venir a besarte. Tampoco te va a pedir que lo busques desesperada, y que lo esperes para pedirle un autógrafo en una servilleta. El amor es una incomodidad que fluye. Y ahora, a tirar todas las libretas esas llenas de autógrafos de pelotudos impagables. Lo que necesitamos son unas buenas y cómodas zapatillas, para –citando a Calamaro- salir a caminar solitas. Seguro que el que te quiere, te va a encontrar, al mismo ritmo, y por el mismo camino.