viernes, 13 de marzo de 2009

El camino a la liberación tiene forma de lavarropas


No me sentía tan representada por la opinión de la Iglesia católica desde que me sentaba en el banco parroquial a escuchar misa todos los domingos, arengada por mi madre y sus creencias.
La verdad, no pensaba seguir lavando la ropa en el río, utilizando dos piedras para blanquearla hasta que Benedicto XVI me abrió los ojos, y mi vida nunca más volvió a ser la misma. Ahora, pueden intentar explotarme y alienarme todo lo que quieran, pueden intentar boicotear mi proyecto de vida, pueden intentar someter mis ideas, pero no lo lograrán!
Me he dado cuenta que soy libre! Libre y revolucionaria porque tengo un lavarropas automático. La felicidad estaba ahí, en el patio, a un paso del umbral de mi departamento… Ahí cerca, en donde convergen plantas y perra, allí en un rincón arrumbado, solitario y olvidado, y en cambio de tenerlo en el living, ocupando el lugar que se merece el responsable de la liberación femenina, lo había relegado al lugar de los trastos viejos, cómo pude haberme equivocado así?
Porque según Ratzinger, mi lavarropas no es sólo mi lavarropas. Es lo que San Martín a Latinoamérica y Nelson Mandela a Sudáfrica. Es el autor de la revolución, la bandera de largada de una nueva vida, es la piedra filosofal, el alfa y el omega de la revolución femenina.
Gracias al lavarropas, yo soy lo que soy, pero también lo que quiero ser.
Gracias al lavarropas jamás me olvidaré de las miles de mujeres que murieron en la lucha por los derechos de género
Gracias al lavarropas jamás volveré a sentir la esclavitud de tener que fregar los calzoncillos de otro,
Gracias al lavarropas podré tomar cinco minutos de siesta cada fin de semana, lo que en un año se traduciría en un día más de vacaciones,
Gracias al lavarropas cambié diván por tambor horizontal y en lugar de lavar mis culpas, ahora las centrifugo.
Es verdad que estoy alejada de las religiones y librada de toda creencia confesional… sin embargo, lo del lavarropas me superó. Pensé en meterme a un convento de clausura, siempre y cuando me dejaran ser la encargada de la lavandería,
Pensé en convertir mi casa en laundry friendly, pero no sé si sonaría demasiado atrevido.
De todas maneras, padre Ratzinger, usted ha marcado un antes y un después en el largo camino de mis dudas existenciales. Al menos, ahora sé que el sentido de la felicidad consiste en saber girar en el sentido de las agujas del reloj las perillas para comenzar el lavado, de lo contrario la perilla de los programas se rompe y prácticamente el aparato mágico no sirve más. Esta es una de una posible y extensa lista de indicaciones que una buena mujer, liberada, tiene que saber respecto de su lavarropas, que quizás también les cuente en otra oportunidad.
Ahora me voy, compré un champagne para brindar con la máquina de lavar la ropa, para decirle que estamos con él. Que, aunque sea un elemento que no ha sido puesto en valor como debería por el resto de la sociedad, el lavarropas nos reúne a todas las feministas que dejamos la orilla del río Mendoza para venir a lavar en vivo y en directo desde nuestros informatizados hogares.
Lo último que voy a decir es que, menos mal que al que se le ocurrió el chiste del lavarropas, porque si el monumento a la liberación femenina hubiera sido un yate, no lo podríamos arrastrar tan fácilmente al patio de la casa de uno, y menos a la lavandería.
Los yates y las comarcas al sur de Francia son difíciles de envolver, un lavarropas con tiempo y paciencia, terminó adaptándose al domicilio.
Gracias Ratzinger. Dejaré de hacer terapia desde esta iluminación a base de jabón en polvo sin espuma.
Chicas, ya saben. Dedíquense a pintarse las uñas de los pies, que su verdadero amor, el lavarropas, descansa en la piecita del fondo para cuidarlas.